Pasar la antorcha encendida

Por P. Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S,

del libro: PASANDO LA "ANTORCHA ENCENDIDA"


Introducción

En el mes de agosto de 1966, hace 30 años, comenzaba la gestación de la Renovación carismática, que vio la luz del día en febrero del año siguiente 1967. La Renovación estalló como un relámpago en un día claro de primavera. Nadie la esperaba.

Fue una novedad que produjo impactos contrarios: admiración o escándalo, sospecha o apertura, atractivo o rechazo. ¿Qué novedad era aquélla? ¿Cómo era posible que, al orar, la gente aplaudiera, se riera, llorara, cerrara los ojos, levantara las manos, e inclusive danzara? ¡Y la aparición de ciertos carismas extraordinarios hasta entonces, por no decir exóticos: el don de lenguas, el de profecía, el de sanación, el de liberación! ¿Cómo era posible todo eso en la Iglesia Católica? ¿No se tratará más bien de infiltraciones protestantes? Y debemos decir que, en algunas partes, todavía se tienen hasta el presente estas mismas impresiones.

Sin embargo, desde entonces la Renovación carismática católica es, en el mundo y en la Iglesia, como "una antorcha encendida" por el fuego del Espíritu Santo, en el seno mismo de la Iglesia.

Y hasta el día de hoy, podemos decir que la Renovación, a nivel internacional, continúa siendo fuerte y vigorosa y va en aumento, sobre todo en las naciones pobres, llamadas del tercer mundo.

La "antorcha encendida" es, pues, "el don de la Renovación" que Dios ha hecho a la Iglesia en el úlfimo tercio del siglo XX, como un fruto -entre otros muchos- del Concilio Vaticano II. Recordemos que el Concilio tuvo como objetivo renovar la Iglesia y ponerla al día, en la coyuntura de un mundo nuevo, de una nueva cultura emergente, del mundo de la post-modernidad en el cual ya estamos sumergidos: tiempo dramático, a la vez que entusiasmante, que se ha interpretado como final de una era cultural y alumbramiento glorioso de una nueva civilización, que se anhela de justicia, de solidaridad y de amor.

El Espíritu Santo, principio vital de esa renovación.

El alma o principio vital de esa renovación de la Iglesia es el Espíritu Santo. Enseña, en efecto, el mismo Concilio en la Constitución Lumen Gentium n.4:

El movimiento o corriente de gracia que llamamos "Renovación", suscitada por el mismo Espíritu Santo, es uno de esos dones carismáticos que embellecen a la Iglesia y la rejuvenecen y la renuevan.

Ahora bien, para pasar una "antorcha encendida" es necesario: primero haberla recibido y haberla conservado.

No podemos pasar adelante algo que no tenemos, que no hemos guardado y conservado, o que eventualmente hemos perdido.

I. Y ¿CUAL ES ESA ANTORCHA?

Es la Renovación carismática en la Iglesia Católica, en México y en América Latina, y hoy.

1.La Renovación carismática en la Iglesia Católica.

a) La Renovación carismática no es ni el pentecostalismo clásico, nacido a principios del siglo XX; ni una renovación a mi modo o a nuestro modo. La verdadera antorcha es la Renovación tal como Dios la hizo nacer en la Iglesia Católica, para renovar la Iglesia y transformar el mundo. A este propósito, S.S. Pablo VI dijo, en aquel memorable Pentecostés de 1995: "Esta Renovación espiritual es una "suerte" para la Iglesia y para el mundo. Y en este caso, ¿cómo no adoptar todos los medios para que continúe siéndolo?"

b) ¿A dónde acudir para encontrar la "identidad" de la Renovación?

1o Además de recordar los porqués y la manera como quiso Dios suscitar la Renovación carismática en 1967, hay que acudir a las fuentes de nuestra doctrina católica, esto es:

A la luz de todo lo anterior, debemos también recordar cuándo y cómo nació la Renovación carismáfica en nuestro país, cómo la recibimos, cómo la hemos vivido, cómo la hemos purificado y cómo la hemos enriquecido; pues dice la Escritura en el libro del Eclesiastés: "El hombre no llega a descubrir de principio a fin la obra que Dios ha hecho" (Ec 3,11).

2o Hay que tener siempre presente que en su núcleo más profundo y en su esencia más auténtica la Renovación Carismática es "un Pentecostés perenne y actual", es "un Pentecostés HOY" para la Iglesia, y para el mundo, para nosotros y para mí.

Ante todo, es indispensable poner de relieve y destacar todos aquellos elementos que integran lo que es la Renovación carismática y constituyen su riqueza. No podemos dejar de lado ninguno de ellos. Citemos los más relevantes:

Ante el espléndido panorama de lo que es la Renovación carismática, en toda su amplitud y riqueza, es bueno recordar y aplicar la exhortación de san Pablo a Timoteo: "Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros" (2Tm 1,14).

2. En México y en América Latina.

Nuestra Renovación carismática debe ser concreta y situada en la realidad. Por tanto, no podemos abstraer, ni nos podemos dispensar de reflexionar acerca de las realidades en que vive México y los paises de América Latina. Somos un subcontinente sembrado de grandes problemas espirituales y materiales. Ante todo, las necesidades urgentísimas de la nueva evangelización o de la reevangelización de nuestros pueblos; y luego, los ingentes problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos, que a las veces nos agobian.

La Renovación carismática debe trabajar y desarrollarse según las prioridades y necesidades concretas de mi país, de mi diócesis, de mi parroquia, de mi comunidad. Por esta razón, lo debemos proclamar enfáticamente, los documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo deben ser una luz poderosa que nos muestre claramente el sendero certero por donde debemos caminar. La Renovación debe estar en el centro de las grandes preocupaciones de nuestra Iglesia latinoamericana.

3.Hoy.

Se trata del momento actual: no del pasado, sino del día de "hoy", en vistas al futuro próximo y remoto. El "hoy" es un "kairós" de Dios, es decir, un tiempo particular en la historia de nuestra salvación, es una hora providencial. Hay que aprovecharlo. San Pablo escribía a los corintios: "Mirad, ahora es el momento favorable; mirad, ahora es el día de salvación" (2Co 6,2).

Por esa razón, la Renovación carismática ha recibido con los brazos abiertos y desea comprometerse en las iniciativas que el Santo Padre presenta en su Carta "Tertio millennio adveniente". Es un programa bien definido por el que la Renovación carismática debe caminar en los próximos cuatro años (1997-2000). Se ha dicho que la Renovación está en el corazón de la Iglesia; pues bien, debe en consecuencia secundar los deseos e iniciativas de la misma Iglesia, gobernada por el Santo Padre, Vicario de Cristo.

Y así, nos complace recordar que el próximo año 1997 estará dedicado a dar a conocer más y más a Jesu-Cristo, y a reflexionar sobre la virtud de la fe y sobre el bautismo. El año 1998 estará consagrado a conocer al Espíritu Santo, y a profundizar sobre la esperanza y la confirmación. El año 1999 se reflexionará sobre Dios-Padre, la virtud del amor y el sacramento de la reconciliación. El Papa espera que las naciones ricas dispensen la deuda externa que sofoca y paraliza a los países pobres. Y finalmente el año 2000, año del gran Jubileo, será señalado por un himno de glorificación a la Tri-unidad de Dios, por un extraordinario culto a Jesús en la Eucaristía, y por una oración vibrante en favor de la unidad de todos los cristianos.

Además, la Renovación se quiere solidarizar fuertemente con el trabajo que realizará en 1998, la "Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para América", cuyo tema fijado por el Santo Padre es: "Un encuentro con Jesu-Cristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América" (Lineamenta, Vaticano 1996).

II. LA ANTORCHA "ENCENDIDA".

A los 25 años del nacimiento de la Renovación debemos pasar la antorcha bien "encendida". No se trata de una antorcha que ya se está apagando, ni de una antorcha que sólo parezca tizón humeante, menos aún de una antorcha ya apagada. Hay que pasar la 'antorcha encendida y ardiente con la luz del Padre, con el resplandor de Cristo, con el fuego del Espíritu Santo'.

La Escritura dice acerca del Padre: "Dios es Luz y en él no hay tinieblas" (1 Jn 1,5); "Todo don perfecto viene de lo Alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación" (St 1,17).

Y de Cristo Jesús afirma la Biblia: "El es el resplandor de la gloria de Dios e impronta de su sustancia" (Hb 1,3). Y el mismo Jesús exclamó: "Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12).

En cuanto al Espíritu Santo, la Escritura lo pone de manifiesto en el fuego de Pentecostés, que desciende y se posa sobre cada uno de los discípulos a la manera de lenguas como de fuego, y los llena y los hace hablar a su impulso divino y soberano (Hch 2,1-4). De él, Jesús había dicho: "He venido a arrojar fuego sobre la tierra y cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12,49). La Liturgia, por su parte, implora al Espíritu Santo, cantando con júbilo:

Ven, Espíritu Santo!

Llena los corazones de tus fieles

y en enciende en ellos el fuego de tu amor".

"¡Envíanos del cielo un rayo de tu luz!" "¡Ven, Luz de los corazones!"

"O Lux beatissima":

¡llena lo más íntimo de nuestros corazones!"

Por nuestra parte, Jesús decía a sus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cumbre de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,14-16).

"¡Pasar la antorcha encendida!" Esta es la entusiasmante misión que nos corresponde a los que hemos sido llamados a trabajar en esta Renovación de la Iglesia en el Espíritu Santo.

III. REINFLAMAR EL CARISMA DE DIOS.

Ante esta perspectiva, ¿qué debemos hacer? Viene espontáneamente a nuestra memoria la exhor-tación del Apóstol a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reinflames el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de templanza" (2Tm 1,6-7). Permítanme hacer algunas reflexiones sobre este texto capital en la Renovación carismática.

Timoteo es un hombre de fe. Su trayectoria cristiana es límpida. El Apóstol puede poner en él su confianza y le puede hablar con libertad. En 1Tm 4,14 lo exhortaba a "no descuidar el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética, mediante la imposición de las manos del presbiterio". Ahora, el Apóstol alude a esa misma escena. El mismo estuvo presente y le impuso las manos. A través de ese gesto, Timoteo recibió "el carisma de Dios".

Ese carisma no fue una gracia transitoria, sino un don permanente. Siendo así, Pablo le puede escribir: "Te recuerdo que REINFLAMES el carisma de Dios que está en ti". El verbo griego es muy expresivo: significa "re-animar el fuego, dar nueva vida al fuego para que suba y continúe ardiendo, atizar la hoguera". Aplicado a su carisma, Timoteo debe re-novar, re-avivar, hacer que de nuevo sea llama, el don que le ha sido comunicado por el Espíritu Santo, autor de los carismas, simbolizado por el fuego (Hch 2,3; 1Ts 5,19). Su carisma no debe quedar sofocado por las cenizas.

El don de Dios no sólo no cancela sino que exige y urge la cooperación del hombre. Los carismas no destruyen al ser humano, ni lo mueven como a instrumento inanimado, sino que obran en él y a través de él, conservando éste todo el ejercicio de su libertad, pero poniendo todo el esfuerzo de su cooperación personal.

Un don de Dios no aniquila, antes bien perfecciona la naturaleza humana. El cristiano tiene que avivar, reavivar, reinflamar constantemente los dones que gratuitamente Dios ha puesto en él. Insistamos: el carisma no basta; se requiere necesariamente la cooperación humana personal. Un carisma que no se usa, que no se ejercita, corre el peligro de perderse, desaparecer y morir. Es como aquel talento de la parábola de Jesús, que, al no haber producido frutos, fue recogido por el amo (cf. Mt 25,14-30; Lc 19,11-27).

En seguida san Pablo descubre algunas de las riquezas que encierra el carisma de Dios recibido por Timoteo para servir a la Iglesia. Será una invitación para que nosotros hagamos lo mismo. Los carismas y los ministerios son manifestaciones del Espíritu (1Co 12,4-11). Pues bien, el Espíritu Santo, al otorgar su carisma, no puede comunicar "un espíritu de temor", de timidez, de pusilanimidad o de impotencia en el ministerio. Al contrario, el Espíritu da:

-"Un espíritu de fuerza, de fortaleza": pneuma dynameos. La fuerza es una característica primordial de la donación del Espíritu de Jesús (Lc 24,49; Hch 1,8). El Espíritu, siendo la Fuerza de lo Alto, comunica naturalmente fuerza y poder. Jesús fue un profeta ungido con el Espíritu Santo y con poder (Hch 10,38). Los Apóstoles proclamaron el Evangelio no sólo con la palabra, sino con audacia, seguridad, atrevimiento, confianza, osadía ("parresía") y con manifestaciones de poder (lTs 1,5; 2Co 12,12; Ca 3,5). Timoteo, heredero de ese "espíritu de fuerza", debe ejercer su ministerio con toda seguridad, como sus antepasados (Hch 4,3.31; 9,27-28; 13,46; 14,3; 18,26; 26,26; 28,31).

-"Un espíritu de amor" pneuma agápes. Cuando el Espíritu Santo es dado a todo cristiano derrama en su corazón el amor de Dios (Rm 5,5). ¡Cuánto más lo hará a todo miembro de la Renovación que, cada quien a su manera, debe representar a Cristo en su comunidad! El Espíritu le comunicará el carisma por excelencia, "el amor-caridad" (1Co 13), que le permitirá echar fuera todo temor (1Jn 4,18), y lo hará capaz hasta de dar hasta la vida, si fuere necesario (Jn 10,11; 15,13).

-"Un espíritu de dominio propio" [...]. El equilibrio, la moderación, la templanza, el dominio de sí mismo, tan necesario para una persona que sirve a los demás, es un tema característico de las epístolas Pastorales (1Tm 3,2; Tt 1,8; 2,2.12). Esta virtud, tan elogiada ya por los filósofos griegos, no puede ser sólo una adquisición de meros esfuerzos humanos, sino una gracia de Dios, un don más del Espíritu Santo.

Conclusión

La "antorcha" es la Renovación carismática en nuestras manos. La "antorcha encendida", es la Renovación ardiendo con el entusiasmo y el fuego del Espíritu Santo.

¡Animo, pues! Mantengamos en toda su identidad y su riqueza la Renovación carismática que recibimos un día como un gran regalo de Dios en nuestra vida; reavivemos en nosotros la llama de ese don divino; y pasemos a las generaciones nuevas la antorcha de la Renovación fulgurando con la luz del Padre, con el resplandor de Cristo y con el fuego del Espíritu Santo.


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